Wednesday, September 21, 2011

Discusión entre Emma y Mr. Knightley (Parte I)

Emma sabía que esto era una verdad demasiado evidente para que pudiera llevarle la contraria, y por lo tanto guardó silencio. Al cabo de un momento el señor Knightley añadió con una sonrisa:
-No pretendo fijar tiempo ni lugar, pero debo decirle que tengo buenas razones para suponer que su amiguita no tardará mucho en enterarse de algo que la alegrará.
-¿De verás? ¿De qué se trata? ¿Qué clase de noticia será ésta? -¡Oh, una noticia muy importante, se lo aseguro! -dijo aún son­riendo.
-¿Muy importante? Sólo puede ser una cosa. ¿Quién está enamorado de ella? ¿Quién le ha hecho confidencias?
Emma estaba casi segura de que había sido el señor Elton quien le había hecho alguna insinuación. El señor Knightley era un poco el amigo y el consejero de todo el mundo, y ella sabía que el señor Elton le consideraba mucho.


-Tengo razones para suponer -replicó- que Harriet Smith no tardará en recibir una proposición de matrimonio procedente de una persona realmente intachable. Se trata de Robert Martin. Parece ser que la visita de Harriet a Abbey-Mill el verano pasado ha surtido sus efectos. Está locamente enamorado y quiere casarse con ella.
-Es muy de agradecer por su parte -dijo Emma-; pero ¿está seguro de que Harriet querrá aceptarlo?
-Bueno, bueno, ésa ya es otra cuestión; de momento quiere proponérselo. ¿Conseguirá lo que se propone? Hace dos noches vino a verme a la Abadía para consultar el caso conmigo. Sabe que tengo un gran aprecio por él y por toda su familia, y creo que me considera como uno de sus mejores amigos. Vino a consultarme si me parecía oportuno que se casara tan joven; si no la conside­raba a ella demasiado niña; en resumidas cuentas, si aprobaba su decisión; tenía cierto miedo de que se la considerase (sobre todo desde que usted tiene tanto trato con ella) como perteneciente a una clase social superior a la suya. Me gustó mucho todo lo que dijo. Nunca había oído hablar a nadie con más sentido común. Habla siempre de un modo muy atinado; es franco, no se anda por las ramas y no tiene nada de tonto. Me lo contó todo; su situación y sus proyectos, todo lo que se proponían hacer en caso de que él se casara. Es un joven excelente, buen hijo y buen her­mano. Yo no vacilé en aconsejarle que se casara. Me demostró que estaba en situación de poder hacerlo, y en este caso me convencí de que no podía hacer nada mejor. Le hice también elogios de su amada, y se fue de mi casa alegre y feliz. Suponiendo que antes no hubiera tenido en mucho mi opinión, a partir de entonces se hu­biera hecho de mí la idea más favorable; y me atrevería a decir que salió de mi casa considerándome como el mejor amigo y consejero que jamás tuvo hombre alguno. Eso ocurrió anteanoche. Ahora bien, como es fácil de suponer, no querrá dejar pasar mucho tiem­po antes de hablar con ella, y como parece ser que ayer no le habló, no es improbable que hoy se haya presentado en casa de la señora Goddard; y por lo tanto Harriet puede haberse visto retenida por una visita que le aseguro que no va a considerar pre­cisamente como fastidiosa.


-Perdone, señor Knightley -dijo Emma, que no había dejado de sonreír mientras él hablaba-, pero ¿cómo sabe usted que el señor Martin no le habló ayer?
-Cierto -replicó él, sorprendido-, la verdad es que no sé absolutamente nada de ello, pero lo he supuesto. ¿Es que ayer Ha­rriet no estuvo todo el día con usted?
-Verá -dijo ella-, en justa correspondencia a lo que usted me ha contado, yo voy a contarle a mi vez algo que usted no sabía. El señor Martin habló ayer con Harriet, es decir, le escribió, y fue rechazado.
Emma se vio obligada a repetirlo para que su interlocutor lo creyese; y al momento el señor Knightley se ruborizó de sorpresa y de contrariedad, y se puso de pie indignado diciendo:
-Entonces es que esta muchacha es mucho más boba de lo que yo creía. Pero ¿qué le ocurre a esa infeliz?
-¡Oh, ya me hago cargo! -exclamó Emma-. A un hombre siempre le resulta incomprensible que una mujer rechace una pro­posición de matrimonio. Un hombre siempre imagina que una mu­jer siempre está dispuesta a aceptar al primero que pida su mano.
-¡Ni muchísimo menos! A ningún hombre se le ocurre tal cosa. Pero ¿qué significa todo eso? ¡Harriet Smith rechazando a Robert Martin! ¡Si es verdad es una locura! Pero confío en que estará usted mal informada.
-Yo misma vi la contestación a su carta, no hay error posible.
-¿De modo que usted vio la contestación de Harriet? Y la es­cribió también, ¿no? Emma, esto es obra suya. Usted la conven­ció para que le rechazara.
-Y si lo hubiera hecho (lo cual, sin embargo, estoy muy lejos de reconocer), no creería haber hecho nada malo. El señor Martin es un joven muy honorable, pero no puedo admitir que se le consi­dere a la misma altura de Harriet; y la verdad es que más bien me asombra que se haya atrevido a dirigirse a ella. Por lo que usted cuenta parece haber tenido algunos escrúpulos. Y es una lástima que se desembarazara de ellos.

-¿Que no está a la misma altura de Harriet? -exclamó el señor Knightley, levantando la voz y acalorándose; y unos momentos des­pués añadió más calmado, pero con aspereza-: No, la verdad es que no está a su altura, porque él es muy superior en criterio y en posición social. Emma, usted está cegada por la pasión que siente por esa muchacha. ¿Es que Harriet Smith puede aspirar por su na­cimiento, por su inteligencia o por su educación a casarse con al­guien mejor que Robert Martin? Harriet es la hija natural de un desconocido que probablemente no tenía la menor posición, y sin duda ninguna relación más o menos respetable. No es más que una pensionista de una escuela pública. Es una muchacha que carece de sensibilidad y de toda instrucción. No le han enseñado nada útil, y es demasiado joven y demasiado obtusa como para haber aprendido algo por sí misma. A su edad no puede tener ninguna experiencia, y con sus cortas luces no es fácil que jamás llegue a tener una experiencia que le sirva para algo. Es agraciada y tiene buen carácter, eso es todo. El único escrúpulo que tuve para dar mi opinión favorable a esta boda fue por ella, porque creo que el señor Martin merece algo mejor, y no es muy buen partido para él. Por lo que se refiere a la cuestión económica, también me parece que él tiene todas las probabilidades de hacer un matrimo­nio mucho más ventajoso; y en cuanto a tener a su lado a una mujer comprensiva y sensata que le ayude, creo que no podía ha­ber elegido peor. Pero yo no podía razonar de ese modo con un enamorado, y me incliné a confiar en que no habiendo en ella nada fundamentalmente malo, poseía ciertas disposiciones que, en manos como las suyas, podían encauzarse bien con facilidad y dar excelen­tes resultados. En mi opinión, quien realmente salía beneficiada en este matrimonio era ella; y no tenía ni la menor duda (ni ahora la tengo) de que la opinión general sería la que Harriet había tenido mucha suerte. Incluso estaba seguro de que usted estaría satisfe­cha. Inmediatamente se me ocurrió pensar que no lamentaría usted separarse de su amiga viéndola tan bien casada. Recuerdo que me dije a mí mismo: «Incluso Emma, con toda su parcialidad por Harriet, convendrá en que hace una buena boda.»


Continuara...

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